Pupek Editorial

“Esperanza aprende a esperar”: orientación para madres, padres y otros adultos cuidadores

Este cuento nació en el período de aislamiento por COVID durante el año 2020. Me gustó la idea de pensar en una oruga pequeña a quien, como a tantos niños y niñas, le cuesta tolerar la espera y gestionar la frustración. Su nombre, Esperanza, surgió  para mostrar ese anhelo de conseguir aquello que deseamos, más allá de que eso que esperamos suceda o no.

La historia también es una invitación a que los adultos cuidadores puedan repensar los recursos con los cuales acompañan a los niños y niñas en el desarrollo de estas habilidades.

La capacidad de espera implica una postergación del deseo. Significa poder tolerar la demora, desarrollar la paciencia y gestionar las emociones asociadas a ello.  No es innata, sino que se desarrolla a lo largo de la vida a partir de un entorno que favorece, o no, este aprendizaje.

La frustración es la respuesta emocional que desarrollan las personas frente a una situación que es diferente a la deseada y que, por tanto, no les permite satisfacer su deseo o necesidad. Esto puede generar emociones displacenteras, mal llamadas “negativas”, tales como enojo, ira, o tristeza.

La frustración es incómoda y molesta. Enfrenta a la persona a sus propios límites, y  además, la mirada externa no ve con buenos ojos la duda, el error y el “no saber”. Los elogios suelen estar dirigidos al producto o al buen resultado, y pocas veces al proceso que conlleva llegar a ello.

Sin embargo, la frustración es buena. ¿Por qué? Porque cuando las personas se ven enfrentadas al límite, al no poder, o a que algo no les sale bien,  crean e instrumentan recursos para poder lograrlo; es decir que crecen y evolucionan a partir de ella.

La frustración está presente desde muy temprana edad, cuando el bebé debe postergar esos segundos y minutos para alimentarse, cuando tiene que esperar hasta que se sirva la comida en la mesa, cuando tiene que esperar su turno para comenzar a merendar con sus compañeros en el jardín, y muchas otras situaciones.

Algunos autores[1] hablan del “círculo virtuoso” entre: autoestima, autonomía y tolerancia a la frustración.

Por autoestima entendemos la valoración positiva de sí mismo/a, construida a partir de la mirada del otro significativo, de las figuras de apego. Implica conocer y aceptar las propias fortalezas y limitaciones, pudiendo respetarse y quererse.

Cuando la autoestima es positiva, el niño o niña puede animarse a explorar, desempeñándose por sí mismo según el nivel de madurez. A esta capacidad la llamamos autonomía. Es así como en la autoestima, las experiencias repetidas de logros y el “Yo puedo y soy capaz” se convierten en recursos de los que dispone el niño para tolerar la espera y gestionar la frustración.

Por ejemplo: una mamá está poniendo la mesa. Se acerca su hija y comienza a imitarla, poniendo los tenedores en cada lugar. Su mamá la mira y afirma lo grande que está y qué lindo que quiera ayudar. Esta mirada posibilitadora de la madre construye autoestima. La niña se siente capaz, segura, y sigue ensayando acciones, ya que a través de esa base segura, desarrolla autonomía.

¿Cómo podemos acompañar el aprendizaje de la tolerancia a la frustración?

Los niños y niñas serán capaces de transitar mejor los límites que los frustran si han creado una base suficiente de logros que les permita afrontar esa dificultad. Como afirma Maritchú Seitún:

La realidad es que los chicos aprenden a perder ganando; es decir: las experiencias de ganar les van dando una imagen de capaces, hábiles; y, en la medida que esto se va consolidando dentro de ellos, podrán perder a partir de esa imagen internalizada. (Seitún 2011: 265)

En pos de favorecer este proceso, comparto algunas orientaciones:

  1. Validar la emoción y sentimiento que acompaña la experiencia de frustrarse. Cuesta aceptar las emociones “negativas”, es decir las que generan mayor incomodidad. Si conseguimos darles lugar, ellos/as mismos/as también lo harán. Una forma posible es ofrecerles frases como “Creo que estás enojado/a”; “Me parece que eso te hace sentir triste…”. Al utilizar estas palabras, favorecemos la creación de su propio “diccionario emocional”, lo cual les posibilita vincular aquello que sienten en su cuerpo (a nivel de sensaciones) con ese término, registrarlo, nombrarlo y comunicárselo al otro.
  2. Visualizar como puentes las situaciones que se presentan como frustrantes. Si los adultos pueden transmitirles a los niños y niñas que la dificultad, el error y el límite hacen crear nuevas conexiones y redes que generan un crecimiento en nuestra capacidad de aprendizaje, su vivencia será otra. Pasamos del obstáculo al desafío.
  3. Valorar y elogiar el proceso por sobre el resultado: “Cuánto lo intentaste”, “Se ve todo tu esfuerzo”, “Lograste esperar un montón”, “No te sale, todavía”, “Aún cuesta”. La selección de estos términos habla de posibilidades y no de límites (mentalidad de crecimiento).
  4. No crear intencionadamente situaciones que generen frustración, y tampoco evitar la exposición a las mismas (si no la conocemos, no podemos aprender a lidiar y sacar provecho de ella). Siempre intentar acompañarlos/as en la gestión de las emociones que genera esa frustración, esa espera. Los adultos son agentes co-reguladores.

Respecto a la co-regulación, podemos presentar algunos recursos que pueden colaborar para su alcance.

En el cuento vemos cómo la abuela le muestra a Esperanza dos de ellos: la respiración para lograr un estado de calma; y el concebir un “plan B” para el desarrollo de la flexibilidad y sostén de la espera. Algunas otras ideas que podemos compartir con los chicos/as pueden ser:

-Contar del 1 al 10 y luego de 10 a 1, como cuenta regresiva. Contar permite activar la corteza frontal permitiéndonos pensar y, así, evaluar la situación y gestionar mejor las emociones que nos invaden.

-Cerrar los ojos e imaginar un lugar lindo donde haya estado. Las visualizaciones ayudan a regular la ansiedad. Al rememorar esas imágenes, se evocan situaciones placenteras.

-Colocar un nombre a eso que están sintiendo. (Estoy enojado/ Tengo bronca/ Me da tristeza). Identificar y nombrar las emociones propicia un mejor conocimiento y aceptación de sí mismo/a. También, el uso de la palabra permite activar mecanismos corticales que operan como reguladores del sistema límbico (encargado del control y manejo de las emociones).

– Armar un “Frasco de ideas” para hacer cuando estamos esperando o aburridos: jugar a un juego; pintar, escuchar música, dibujar, colaborar en alguna tarea de casa.

Como todo aprendizaje, esto implica tiempo, proceso y acompañamiento. Aprender a esperar y tolerar la frustración es una gran oportunidad de crecimiento para nuestros/as hijos/as y, fundamentalmente para nosotros/as mismos. Tal como afirma Rebecca Kennedy (2022: 220) “si queremos que nuestros hijos desarrollen tolerancia a la frustración, nosotros tenemos que desarrollar tolerancia a su frustración.

Para finalizar, quisiera hacer una aclaración importante. Para afrontar y regular esas emociones, los niños y niñas necesitan de un “otro” que preste recursos. Para algunos adultos puede ser tentador utilizar las pantallas para calmar a los niños, y aunque éstas aparentan ser una solución “mágica”, en realidad ponen en pausa e inhabilitan la expresión de las emociones. A nivel neurobiológico, el cerebro termina de madurar entre los 25-30 años. En los primeros años, los chicos no poseen los recursos para gestionar sus emociones de forma asertiva. Lo aprenden a partir de las experiencias y modelo del adulto. Sí frente a un berrinche los adultos prestan “un ratito el celular” para evitar que sigan protestando o llorando, los privan de que desarrollen los mecanismos necesarios para lidiar con esa emoción displacentera, quedando atrapados en ese estímulo sin lograr a) registrar aquello que efectivamente están sintiendo; b) comunicar lo que les pasa y c) aprender, a partir de la co-regulación, posibles herramientas para gestionar sus emociones.

Los chicos/as se quedan solos/as, sin un referente que acompañe y los ayude a aprender cómo afrontar de la mejor manera posible aquello que están sintiendo.

Lic. Paula Chumbita

Recomendación de la autora:

Para poder comprender mejor los mecanismos que se ponen en juego a la hora de gestionar las emociones durante el desarrollo, resulta muy útil el modelo de “el cerebro en la palma de la mano” de Daniel Siegel: Este se puede compartir también con los niños y niñas dentro del marco de la psicoeducación.

Aclaración: Fragmentos de este texto ya fueron publicados en “Tolerancia a la frustración en niños”, disponible en https://buenosaires.gob.ar/coronavirus/bienestar/tolerancia-la-frustracion-en-los-ninos

Referencias:

Kennedy, Rebecca (2022) Good inside: a guide to becoming the parent you want to be. Harper Wave, Nueva York.

Mitrece de Ialorenzi, M., Mango de Guerra, G. y Bottini de Rey, Z. (2011). Educación Integral de la Sexualidad. Nivel Inicial. Paulinas, Buenos Aires.

Seitún, M. (2011) Criar hijos confiados, motivados y seguros. Hacia una paternidad responsable. Grijalbo, Barcelona.

Siegel, D. y Payne Bryson, T. (2018). El cerebro del niño. 12 estrategias revolucionarias para cultivar la mente en el desarrollo de tu hijo. Alba, Barcelona.


[1] Mitrece de Ialorenzi, M., Mango de Guerra, G. y Bottini de Rey, Z. (2011). Educación Integral de la Sexualidad. Nivel Inicial. Ed. Paulinas.