Si hablamos de crecimiento, la caída del primer diente de leche es uno de los hitos del desarrollo de gran importancia para los niños y niñas. Este momento ocurre alrededor de los 5/6 años (en algunos casos un poco antes y en otros, unos años después). Es una experiencia que puede generar en los niños y niñas diversos sentimientos, por un lado la expectativa y la felicidad de ser más grandes y estar creciendo; y a la vez pueden sentir ansiedad, inquietud, temor e incertidumbre debido a que es una experiencia nueva y desconocida que deben transitar.
Este momento evolutivo coincide con la finalización de la primera infancia y la entrada en la segunda infancia, un periodo en el desarrollo que se lo conoce también como etapa de latencia en el cual los niños y niñas vivencian una transformación de su psiquismo en la cual se reprimen las formas de satisfacción de la primera infancia para dar paso a nuevos mecanismos psíquicos, se internaliza el sistema de normas, cede de cierto modo el egocentrismo infantil y los intereses de los niños y niñas dejan de dirigirse principalmente hacia sus vínculos primarios, para dirigirse al conocimiento y aprendizaje del mundo, los juegos reglados y las actividades compartidas con pares.
En la primera infancia (0-6 años) el niño ya ha transitado duelos evolutivos relacionados con los cambios de etapas de crecimiento, que conllevan “ciertas pérdidas” producto del pasaje de un estado anterior para pasar a uno nuevo. El dejar el pecho/lactancia, el control de esfínteres donde debe aprender a aceptar que esos “objetos”/excrementos son elementos del cuerpo que no sirven y que deben depositarse en los lugares que cada cultura considera adecuados, son algunos ejemplos. La caída de los dientes de leche implica también la aceptación de la pérdida de estos elementos del cuerpo que ya no cumplen más su función y que deben dar paso a los nuevos dientes permanentes, más grandes y fuertes.
Podemos también reflexionar el nombre de estos objetos del cuerpo que se pierden: “los dientes de leche” en castellano, “baby teeth” en inglés, o “diente de leche de teta” en coreano. Como podemos observar, el modo en que son llamados los dientes temporales de los niños pequeños, nos remiten a la leche, la lactancia, el estado de ser bebe, lo cual se relaciona nuevamente con el cambio de etapa anteriormente mencionado.
La historia del Ratón Pérez se remonta a un cuento francés del siglo XVII, pero se popularizó en España a fin del siglo XIX. La proliferación de versiones, tanto del Ratón Pérez, como del Hada de los dientes, nos permite pensar el sentido que estas historias tienen para los niños y niñas. Considero que las mismas se han construido y sostenido a través de los tiempos para acompañarlos en estas vivencias y sentimientos que les provoca la caída de su primer diente, buscando quizás ayudar a niños y niñas a tolerar la pérdida ofreciéndole dinero o un juguete o algún otro objeto a cambio de su diente, y también, según la historia contada, comunicando que esa pérdida tiene un sentido, no sólo subrayando la importancia de su crecimiento en términos reales, sino también que ese diente le es útil al Ratón Pérez o al Hada de los dientes, sea para construirse una casa, coleccionarlos, investigarlos, atesorarlos, etc, dándole valor a este objeto que “ya no sirve más” porque deja de cumplir su función en el cuerpo del niño/a.
Es importante aclarar que algunos niños y niñas pueden sentir temor o asco de que un ratón ingrese a su habitación y vaya a su cama a buscar el diente bajo la almohada. En estas situaciones hay que respetar y validar los sentimientos del niño y debemos dar una explicación literal sobre lo que sucede en la realidad con los dientes que se caen y cómo es el proceso de recambio dentario.
En el caso de los niños que sí disfrutan de estas historias y relatos llenos de magia y fantasía, se observa que los mismos van tomando la forma del fantaseo propio del niño/a, comparándose al modo de jugar en la infancia, donde los elementos pueden ubicarse y transformarse según la voluntad del niño, retroalimentándose con el intercambio que se da con los adultos que acompañan. El juego y la fantasía son inherentes al crecimiento sano del niño, son su espacio creador y posibilitador de elaboración de las situaciones que vive cotidianamente. Es la actividad más seria del niño pero su opuesto no es justamente la seriedad sino la realidad misma con sus características y reglas.
Esperamos que este libro los invite a explorar el poder de la imaginación, el fantaseo y el juego en los niños y niñas y que puedan disfrutar junto a Sara, su protagonista, el deseo de comprender esta nueva situación que transita en su vida.
Lic. Ana María Jaramillo Velásquez.